Ayer quedé con dos amigos que hacía tiempo no veía. Por separado. Uno para comer, otro para una caña. Si hace una par de días recibía noticias internáuticas de otro que está en Madrid y del que tampoco sabía nada, la semana pasada lo hacía de un tipo que está a unos cuantos miles de kilómetros, con lagrimilla emocionante incluida. Gracias a los comentarios del facebook, veo que, a pesar de másteres importantérrimos, otro sigue como siempre. Un mail informativo contestado y respondido hizo que supiese del individuo que bebe vino. El invento del siglo, el Skype, me permite verle el jeto neoyorquino a otro y, por último, el que fue mi sombra un verano apareció en mi casa un domingo de resaca terrible, simplemente para preguntarme qué tal me iba todo...En definitiva han sido una serie de reencuentros inesperados y motivantes.
Todos ellos son amigos de esos con los que tienes que quedar "para hablar". No hay excusa. Porque siempre, siempre, te sientes mejor después de haber charlado un rato con ellos. Te despides con un abrazo y te alegras de haber roto con la rutina.
Las conversaciones comienzan, como la mayoría, con un "qué tal todo", pero no se quedan ahí o se va hablando en círculos hasta llegar al meollo, Qué va! Aquí te sientas y dices o tecleas directamente lo que te ronda por la cabeza. Sin filtros. Al grano.
Y no hay que preocuparse por explicar. Sobran los "no me entiendas mal", porque resulta que te conocen, saben cómo te expresas e incluso cuándo exageras o dramatizas. Se tocan todos los temas: absurdos, importantes, meramente académicos...se recuerda, se ríe, se pone semblante serio, se pregunta, se responde, se discute y casi siempre suelto un "Ay...qué cosas"
Cada uno tiene un punto de vista y una manera de enfocar las cosas que les cuento distinta. Pero a todos los considero amigos.
Y es que ayer Iñigo (o Boñigo, como lo bauticé en aquellos años en los que pasamos horas en lo cuartos del Colegio Mayor con conversaciones que no se acaban, arreglan el mundo y de repente es de día), que pronuncia todavía peor que yo (si es que eso es posible), me hizo darme cuenta de que "los amigos vienen y van, y la gente con la que pasas la mayor parte de tu tiempo, no son tus amigos".
Son de esas cosas a las que respondes con un "ya..." pero en las que luego vuelves a pensar. Gasto la mayor parte de mi vida rodeada por gente que no me importa, no me conoce, ni tengo intención que lo haga. Una pequeña parte de mi tiempo con gente que me importa, con la que lo paso bien y me gusta estar. Y un mínimo porcentaje con gente a la que quiero.
Es un reparto absurdo. Como el de las pirámides de alimentación, donde la graaan mayoría de las cosas ricas están en la cúspide (no se debe abusar) y todo lo que ni fu, ni fa, en la base (abuse usted, que no importa. Cómo va a importar si es como comer aire!)...
En fin, que estoy muy agradecida a estos tipos que, no formando parte de mi rutina habitual, de vez en cuando aparecen en mi vagón, aguantan mis neuras un rato y me hacen desconectar y coger fuerzas para continuar hasta la siguiente parada de esta especie de metro que es la vida (que me ha dado por las metáforas de repente)