No hay nada como el hogar.
Abrir la nevera y que siempre haya cosas ricas, comida caliente y tragable, cuchillos que cortan, el sofá, la tele y sus quinientos canales, el poder del mando por las mañanas, revivir la infancia viendo Songoku... Y no sólo lo material, por echar, echaba de menos hasta los no-te-contesto-pero-te-escucho de mi madre, al ser que gruñe desde el sofá de 3 plazas y me manda mensajes al cuarto con el conciso a la par que profundo: “maricona” incluso, INCLUSO todavía puedo decir que echaba de menos al taladro que tengo por hermano. Sus mañanas de sábado todavía borracho, sus abrazos de oso y su manía constante por comentar todos y cada una de mis palabras o actos, así como sus continuos insultos gratuitos que me recuerdan que por fin estoy de vuelta.
Hogar dulce hogar.