"Ella hace todo. Y todo lo hace bien" Fueron las palabras de Mario Vargas Llosa a su mujer, Patricia.
Esta frase resonó en mi cabeza durante días. Y es que la aplicaría a tantas mujeres. Ellas trabajan, cuidan, evitan desastres, apagan fuegos, reinan en lo cotidiano, líderes en lo inesperado, con tiempo para todos, menos para ellas...abuelas, tías, madres. Mujeres, mujeres, MUJERES.
Siempre he pensado que si hiciera algo digno de dedicatoria, lo haría a las mujeres de mi vida. A esas dos abuelas, a esas hijas de Manolo e hijas de Florencio que me han enseñado lo que soy. Por su puesto a la señora que calceta, la primera en la línea de fuego, la que todo lo sabe y todo lo encuentra. Y también a mi tía María Teresa. Ella me vio la primera. Ella supo que ya siempre sería "la niña". Ella llamó e informó al señor de gafas oscuras. Ella, la profesora, la rebelde, la culta, la rojeras, la conversadora, la que hablaba cargada de razón, la que luchó. Y luchó. Hasta el final.
Todas me han acompañado en mi evolución. Las he escuchado hablar, charlar, criticar y discutir desde las cosas más importantes en la vida, hasta los puntos del revés de un patuco o el ingrediente secreto de un asado. Algunas veces a hurtadillas, otras con un "hay ropa tendida" por el medio. Yo atendía. En silencio. Y aprendía.
Ellas son una piña. Trabajan juntas. Con sus más y sus menos, que tenemos grandes personalidades por aquí, pero con sentido del humor y sobre todo con el sentido que es menos común de lo que su nombre indica.
Se habla. Se discute. Se ríe. Se comparte. Se ayuda.
Las Navidades se acercan y de nuevo la maquinaria se pone en marcha: pela, corta, friega, trae, lleva, compra, sirve, hornea, recoge...todo funciona gracias a ellas.
Mis abuelas primero, mi madre y mis tías después. Ellas son las que han hecho y hacen girar el mundo. Mi mundo.
Sin desmerecer a todos los hombres, muchos de ellos geniales, que pueblan mi vida, ellas mandan. Ellas me enseñan el día a día.
Ser mujer es difícil. No es victimismo. Es un reto que aceptamos encantadas. Y que, por suerte, las que me rodean, superan con creces. Qué señoras. De todo tipo y condición. Cojo una pizca de cada una y sólo espero estar a la altura. Porque, sin querer, me han enseñado lo que significa estar ahí y ser la pieza más importante del puzzle, sin que se note.
Puede que nos deslumbren las grandes personalidades, los personajes incomprendidos. Pero con los años, una se da cuenta que el verdadero encanto está en otros. En esos papeles que mantienen y dan ritmo a la obra. Destacar dentro de una coral es difícil. Ellas lo consiguen. Sólo hay que ver un poquito más allá.
Ellas hacen todo. Y todo lo hacen bien.
Graciñas.