Te levantas, te miras en el espejo y no te gusta lo que ves. No te apetece empezar el día ni si quiera acabarlo. Nada te motiva, nada nuevo, nada diferente, nada de nada. Vas como un autómata haciendo lo que se supone que tienes que hacer, soñando con un futuro que esperas no muy lejano pero que ni se huele. Y sigues porque tienes que seguir. Porque tienes que seguir?
No.
TIENES que pensar en por qué lo haces, en todas esas veces que has soñado con acabar, en esa satisfacción que sólo sabe dar el trabajo bien hecho. El mérito, el esfuerzo, la recompensa, el futuro. Ese con el que sueñas ahora? No. Ese que está siempre presente pero sin estarlo. Ese que se supone le da un sentido a todo pero que ahora sólo se te ocurre cuestionarte. Qué injusto! Sólo ahora, cuando debes dar un poco a cambio de recibir mucho más, te replanteas eso que tienes claro. Porque sí, lo tienes claro. Sabes lo que quieres o por lo menos sabes lo que NO quieres. Así que deja de preguntarte si merece la pena. Deja de ser contraproducente. No digo que no te cuestiones las cosas pero hazlo con sentido. No para evitar el problema de fondo porque eso es lo que haces. Cuando tienes miedo, cuando dudas, coges la vía fácil que es preguntarte si de verdad esto es lo que quieres, si de verdad merece la pena, si no te habrás equivocado si bla, bla, bla. Sé responsable de tus decisiones, recuerda qué es lo que te trajo hasta aquí y si hace falta tatúatelo en la frente para que así, cada vez que te mires al espejo, te pares a reflexionar y no encuentres una razón para seguir, recuerdes que no TIENES que hacerlo sino que QUIERES hacerlo.
Sabes que tengo razón así que no hagas como que no me oyes.