Me hago mayor.
En época estival hay un fenómeno que no para de repetirse a lo largo y ancho de nuestra geografía, las festiñas.
Otra excusa más para juntarse y beber. Además de probar suerte en el tiro al blanco para conseguir un mechero, una botella de sidra o una baraja porno, dejarte la pasta en la tómbola y que te toque un perrito piloto o una muñeca chochona y, como no, para que, en un arrebato de nostalgia, el niño que llevas dentro despierte tus ganas de montarte en las atracciones.
Y es en ese preciso instante cuando empiezas a pensar en la seguridad de la barra del saltamontes y te ves saliendo despedido (cuando en realidad de pequeño tenías muchas más posibilidades), cuando ver a la gente por los aires o dando vueltas ya no te llama sino que te marea (aunque esto también puede deberse a las 3 cervezas que te has tomado) pero sobre todo, llegado el momento de montarse debido a las presiones externas, te das cuenta de que has crecido porque la cara de tensión es constante, el mareo incesante y al contrario que antes, cuando protestabas por lo pronto que se había acabado, ahora pides por favor que se termine este suplicio por el que, además, te han clavado 3 €.
Cada vez entiendo más a mi padre...y me preocupa.