Cómo me gusta esta película y cuánto me recuerda a mi tía Marta.
Ayer, llorera monumental mientras veía a Meryl Streep aferrarse a la manilla de la furgoneta deseando salir corriendo para finalmente no hacerlo.
Y quedarse. Quedarse perdida en una granja y no porque fuera lo más fácil sino porque era lo correcto.
Qué íntegra eres siempre Mery y cómo te hacen sufrir los hombres. Hombres que no quieren necesitarte y a los que no se te permite amar.
Me convenció tu papel de ama de casa ninguneada deseosa de reencontrarse y el de niña rica en busca de aventura. Me enfadó que te quedases en Iowa y te fueses de África. Pero me ganaste y emocionaste en tus arrebatos de celos y derrumbamientos ante cartas evocadoras de cuatro días que pueden cambiar una vida y que, a mis ojos, te hicieron más humana y más mujer.
Hoy volveré a ver Memorias de África.
Y aunque la ocasión parece propicia, no me hace falta ninguna excusa para volver a empaparme en los colores de África, en los cuentos a la luz de una vela, en los vuelos en avioneta y en los amores imposibles en un continente no apto para mujercitas.
Y aunque no sé cuándo será mi próximo brindis, seguro que lo haré “por la cándida adolescencia”
Sydney Pollack. Gracias y adiós.